Tal es el «true name» de Romain Gary, uno de los heterónimos de quien tuviera la vida más apasionantes de la historia de la literatura.


Ser otro. Abandonar la identidad que tenemos para asumir otra completamente diferente. Quedar libre de todas las cargas y compromisos que contrajimos a lo largo de los años. Dejar para siempre la rutina y las obligaciones para vivir la vida como se debe: una aventura. Muchos escritores adoptan seudónimos más o menos secretos. Isak Dinesen era Karen Blixen; Silvina Bullrich firmaba Sir John Woolrich los cómics que escribía para “El Tony”; Antonio Machado firmó también Juan de Mairena y Abel Martín; Bustos Domecq era la dupla Borges y Bioy Casares; el reverendo Charles Lutwidge Dogson rubricaba como Lewis Carroll… y siguen las firmas. Pero quien llevó la impostura al extremo fue Roman Kacew.

De familia judía, nació en Lituania en 1914 de Arieh, estrella del cine ruso de la época, y Mina Owczynska. A los 14 años, luego de la separación de sus padres y de peregrinar con su madre por distintas ciudades polacas, se fueron a vivir a Niza. Allí se le despertó la vocación por las letras. Mina lo aconsejó: “Un gran escritor francés no puede tener nombre ruso. Si fueses un virtuoso violinista estaría muy bien, pero para un titán de la literatura francesa no funciona”. Obediente, adoptó el seudónimo de Romain Gary que en ruso significa “arde novela”. La madre murió de cáncer en 1941, su padre y buena parte de su familia fueron asesinados en Auschwitz, hecho del que se enteró finalizada la guerra. Naturalizado francés, cumplió el servicio militar en la aviación. Con la invasión nazi se incorporó a las Fuerzas Aéreas Libres de Francia. De los doscientos franceses que se enlistaron en la RAF para combatir a las tropas alemanas sólo sobrevivieron cinco al terminar la guerra, Gary fue uno de ellos. Una cicatriz que le cruzaba el rostro fue el recordatorio que le quedaría de por vida. Todo un héroe, por sus acciones le concedieron la Cruz de Guerra, la Legión de Honor y lo hicieron Compañero de la Liberación.

Basado en su experiencia bélica, en 1945 publicó su primera novela, Una educación europea . Su asombrosa carrera literaria lo convirtió en uno de los escritores de mayor reputación de Francia. Incansable, escribía tanto en francés como en inglés, ruso, polaco o alemán y utilizaba diversos seudónimos: Shetan Bogat, Fosco Sunibaldi y el más célebre de todos, Emile Ajar. Fue director, guionista, gaullista, vocero de Francia en la ONU y cónsul en Los Angeles (o sea embajador francés en Hollywood). Anaïs Nin lo describió así: “Frágil, con grandes ojos verdes azulados, piel bronceada de meridional y una boca aquejada de un rictus que estropeaba sus rasgos. Sin esa boca, que le daba aire de rufián, habría sido guapo”. Se dice que cuando lo conoció, Sartre le comentó con un dejo de envidia a Simone de Beauvoir que Gary era una “mina de experiencias”. El padre del existencialismo sabía que una vida intensa forja mejores escritores que la Sorbona. Con la Las raíces del cielo , considerada la primera novela ecologista de la historia, ganó en 1956 el Goncourt, el premio literario francés más importante. A los 60, con más de treinta libros publicados, películas e innumerables premios, harto de ser el famoso, Romain Gary decidió inventar a Emile Ajar. Dijo: “Quería ser espectador de mi segunda vida. Fue como volver a nacer. Todo me fue dado de nuevo”. Para ello recurrió a un amigo quien, desde Río de Janeiro envió a Gallimard el manuscrito de Gros-Câlin , que se convirtió rápidamente en best-séller. La segunda novela firmada por Ajar, La vida ante sí , tuvo aún mayor éxito. En 1975 se le concedió el Goncourt. Unico caso en la historia del premio que un escritor lo gana dos veces. Con el título de Madame Rosa fue llevada al cine por Moshe Mizrahi y obtuvo el Oscar de 1977 a la mejor película extranjera, con guión del propio Gary/Ajar. Ante la trascendencia de la obra, alguien debía dar la cara. Gary subió la apuesta, le pidió a su primo Paul Pavlowitch que asumiera la personalidad del autor y éste lo hizo encantado. Todo lo que se requería era presentarse ante la prensa simulando ser Ajar valiéndose para ello de guiones que escribía el propio Gary. Pero los periodistas comenzaron a acorralarlo y él nuevamente subió la apuesta. Escribió una carta firmada por Pavlowitch en la que decía estar internado en un asilo a causa de sus alucinaciones. Pero algunos críticos comenzaron a señalar a Quenau y otros a Aragón como los verdaderos Ajar, mientras denostaban a Gary acusándolo de copiar a Ajar.

Su primera mujer, la escritora Lesley Blanch, toleró su agitada vida sentimental hasta que Gary se enamoró de la espléndida Jean Seberg, la actriz, 24 años menor que él. Lesley no se la hizo fácil, el divorcio lo llevó prácticamente a la ruina. Con Jean, nacida en una familia burguesa y puritana de Iowa, tuvo su único hijo, Diego. Tan bella como inestable se enredó, entre otros, con Carlos Fuentes y Clint Eastwood, a quien Gary retó a duelo. El actor prefirió pasar, el retador era hombre de armas de verdad. Además de sus aventuras eróticas, Jean se sintió atraída por el movimiento de los Panteras Negras, quienes la explotaron sin piedad, económica y sexualmente. El abstemio Gary, que detestaba “el alcohol, los alcohólicos… y al mariscal Petain”, tuvo que soportar la dipsomanía, la adicción a las drogas y las ideas políticas de su esposa.

En agosto de 1979, la Seberg se arrojó a las vías del metro en la estación Montparnasse. Los reflejos del conductor la salvaron. Algunos días más tarde, su cuerpo atiborrado de bebida y barbitúricos fue encontrado en el asiento trasero de un Renault estacionado en la Rue Appert. Un año después, Gary se puso su pijama, colocó un toalla roja sobre la almohada y se disparó en la boca con su Smith & Wesson 38. De tal modo puso fin a una vida modelada por la guerra, el bombardeo a baja altura, la revolución, la emigración, el antisemitismo, el éxito y la derrota, el amor y el desamor.

Pavlowitch apareció en “Apostrophes”, el famoso programa literario de la televisión. Reveló que Emile Ajar era un seudónimo de Romain Gary. Gallimard publicó 1981 L’homme que l’on croyait , en el que Pavlowitch contó todo levantando una enorme polvareda en el ambiente. Ninguno de los críticos que habían despreciado a Gary y ensalzado a Ajar tuvo el valor de reconocer su mezquindad y su ceguera. Pavlowitch comentó que Gary le había dicho: “¡Bravo Paul! Emile Ajar ha puesto en su sitio a todos esos charlatanes de mierda”. La burla póstuma de Gary fue la tercera novela de Ajar, Pseudo , en la que reivindicó su identidad.

Sus novelas han despertado ahora un repetino interés y su publicación ya se anuncia en España. Es de esperar que tenga traductores a su altura y que no tarden en llegar a estas costas, para fortuna de los amantes de buenas historias.

Con un solo disparo Romain liquidó a Gary, Ajar, Bogat y Sunibaldi. Queda por saber cuál de ellos fue quien apretó el gatillo. La nota suicida finaliza: “Me divertí muchísimo.Au revoir et merci.”

Ⓒ by Ernesto Mallo. Reproducción autorizada mencionando la fuente.

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