El lenguaje es un organismo con vida que va cambiando constantemente de acuerdo a las necesidades expresivas de la comunidad que se vale de él.

El lenguaje se vale de las palabras, pero puede prescindir de ellas, está en los gestos, en las miradas, en los cuerpos y en toda construcción. Lo usan los cuerdos y los locos, esos prisioneros del lenguaje; los sabios y los necios, los inteligentes y los tontos, los ricos y los pobres. A todos sirve por igual y hace sentir su castigo a quienes lo tratan con ligereza. El lenguaje tiene una memoria excelente. A través de lo que expresamos y de lo que pretendemos ocultar, el lenguaje revela quienes somos en realidad. No puede ser regulado por la ley, no puede ser acotado ni reglamentado por lo que pueda considerarse políticamente correcto, o por la ideología de un grupo cualquiera. Es más grande que todas las ideologías. No es posible apropiarse de él ni ponerlo al servicio de ninguna causa. El lenguaje es libre por definición, sin importar los intentos que se hagan por domesticarlo. Es promiscuo, le gusta mezclarse con cualquiera, disfruta con el léxico gráfico de los criminales y con la poesía de las ciencias, se burla de las academias, ríe con las ocurrencias de la calle, es capaz de elevarse a la mayor altura poética y de descender al fango de los bajo fondos sin perder su gracia y su frescura. Es siempre nuevo y renovado. Quienes trabajamos lealmente con el lenguaje sabemos que no es una herramienta para conseguir un fin, nosotros somos el medio a través del cual el lenguaje se expresa. Existía antes de nosotros y seguirá existiendo cuando hayamos pasado al olvido. No pretendas dominarlo, camina con él.

Ⓒ by Ernesto Mallo. Reproducción autorizada mencionando la fuente.

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